A veces no hace falta pensar para existir.
Pasa que cuantas más vueltas le damos a algo, más lo mareamos.
Últimamente hay dos cosas que veo por diferentes sitios que parece que nos encanta, de la que presumimos e incluso alardeamos: escribir y enamorarnos.
Más la primera que la segunda. Aunque sin ese sentimiento de amor (a veces dulce, a veces amargo), la primera opción no podría llegar a ser una realidad.
Os habéis hecho fanáticos enamoradizos de poetas baratos de tinta de boli bic. Fanáticos de hacer captura de pantalla a fragmentos de libros o frases cada día más conocidas, muchas veces sin saber el libro al que pertenece. Pero qué más da, si queda muy bien...
Escribir
un estado para ver quién le da a "me gusta", quién lo comenta y ver lo
interesante que parezco a los ojos de otros. Supongo que ese es el
subidón.
En fin...
Da miedo pensar que pasaría si los seres humanos nos
viéramos obligados a retomar los encuentro en el parque, los paseos eternos, las citas para
ir a tomar café, un cine con palomitas, vaciar copas y copas de vino entre carcajadas. Tener libros en la mesita de noche, leerlos, olerlos y marcar las esquinitas de las hojas, como hago yo.
No sé, charlar. Pero hacerlo con personas que realmente conocemos, con los nuestros de siempre.
Yo por mi parte, a medida que pasan los días soy plenemente consciente de lo que quiero, más aún de lo que no.
Quiero sentir, palpar, llorar la nostalgia, reir, mirar, contemplar la vida y sus estupideces profundas. No quiero tener que justificarme ni dar explicaciones para que me entiendan.
Vivir. Joder, quiero vivir.
Ser primera opción frente a cualquier mierda de esas.
No tener que buscar la felicidad, y aún así que venga. Que aparezca y no marche jamás de mi lado.
Que me quiera tanto que no quiera tener que verse en la tesitura de anhelarme.
Quiero que la felicidad me quiera.
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